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La reunión empezó ya con un mal augurio: la ausencia de la secretaria de Estado norteamericana, Condoleeza Rice, permite inferir que Washington no se toma tan a pecho los intentos daneses de lograr un acuerdo entre las partes interesadas en el potencial pastel ártico. Los restantes países –Rusia, Noruega y Canadá- por lo menos enviaron a sus respectivos ministros de Relaciones Exteriores, aunque eso no garantiza que estén dispuestos a atenerse a las reglas. Los rusos, de hecho, fueron los que pusieron en primer plano el tema de las reivindicaciones en la zona del Ártico.
Pero, en el siglo XXI, la cosa no es tan fácil. El gesto ruso puede tener impacto simbólico, pero no consecuencias prácticas en cuanto a reclamar soberanía. Así lo reconoció el propio ministro de Relaciones Exteriores de Moscú, Sergei Lavrov, de camino a Ilulissat, comparándolo con el acto de los astronautas que plantaron la bandera estadounidense en la Luna, en 1969. Laworv aseguró además que Rusia seguirá respetando todos los acuerdos sujetos al derecho internacional relativos al Ártico.
En la actualidad, los países ribereños del Ártico pueden explotar económicamente un área de 200 millas marinas. Pero sus reclamos van más allá. De acuerdo con la Convención de derecho Marítimo de la ONU, aprobada en 1982, los Estados que aspiran a extender su soberanía tendrán que probar que la plataforma continental de sus territorios se adentra en la región.
No sólo Rusia, sino también Canadá y Dinamarca, se empeñan por lo tanto en demostrar que la dorsal de Lomonossov -una cadena de montañas submarinas que se extiende desde Siberia hasta Groenlandia, pasando por el Polo Norte- es la prolongación natural de sus respectivas plataformas continentales.
Emilia Rojas Sasse -Deutsche Welle