Cargada de simbolismo y buenas intenciones europeas de no apartar la mirada de América Latina, la cumbre de Lima deja también de manifiesto cuán difícil es avanzar en forma conjunta.
Europa y América Latina, representados por jefes de Estado y de gobierno o delegaciones de alto nivel, se sientan a la mesa en Lima para estrechar lazos y repetir una vez más la consigna que se viene escuchando desde la primera cumbre conjunta entre ambas regiones, en 1999. Las declaraciones de buenas intenciones no escasean, como tampoco los llamados a unir fuerzas para enfrentar desafíos comunes. Es lo habitual. ¿No habrá pues nada nuevo que consignar bajo el sol limeño, al punto de que el hecho de que el presidente venezolano haya saludado con un apretón de manos a la canciller alemana sea la noticia más llamativa después de las poco corteses palabras dedicadas por Hugo Chávez a Angela Merkel hace unos días?
Cambio climático
En principio, lo nuevo es que esos problemas que habría que enfrentar codo a codo desde ambos lados del atlántico se vuelven más acuciantes que nunca: la pobreza sigue sin perder terreno sustancialmente en América Latina, el fantasma de la crisis alimentaria se asoma en el horizonte y la amenaza del cambio climático va adquiriendo ya formas concretas. No es de extrañar que en la inauguración de la cumbre el presidente anfitrión, Alan García, haya hecho un vehemente alegato en favor de que se adopten acuerdos concretos en torno a estos temas centrales del encuentro.
Propuestas no faltan sobre la mesa. Por ejemplo, están las formuladas por el propio Alan García, quien sugirió que los gobiernos podrían establecer el objetivo conjunto de aumentar en un 20% la producción de alimentos. El mandatario peruano planteó igualmente la idea de aplicar un impuesto de medio dólar por barril de petróleo, que también se impondría al gas licuado. Los fondos así obtenidos se utilizarían para reforestar grandes superficies y combatir así el calentamiento global. También Hugo Chávez llevó una propuesta a Lima: la de crear un fondo europeo-latinoamericano de mil millones de dólares (unos 650 millones de euros), destinados a proveer de alimentos y medicinas a los más pobres.
Y hasta la Unión Europea llegó a la capital peruana con una iniciativa concreta: un fondo para financiar proyectos en América Latina, dirigidos a combatir el cambio climático.
Disonancias latinoamericanas
Este tipo de proyectos no pueden distraer, sin embargo, de los objetivos de más largo aliento que se han trazado los gobernantes de la Unión Europea y América Latina, y que no avanzan como se habría podido esperar. La firma de tratados de asociación o de de libre comercio se estanca y las posibilidades de que ahora de destraben las conversaciones no parecen demasiado grandes. Sobre todo porque, por parte latinoamericana, lo que se está ofreciendo no es precisamente un ejemplo de unidad.
Al margen de que las tensiones están a la vista entre Venezuela, Colombia y Ecuador, por el tema de las FARC, también en el plano de las negociaciones comerciales se abre una brecha entre los latinoamericanos. Ecuador y Colombia, por ejemplo, quisieran negociar con la mayor rapidez posible, mientras que Bolivia e Ecuador se resisten. Tan profunda es la división que el presidente boliviano, Evo Morales llegó a acusar a Alan García, de “sepultar” a la Comunidad Andina, por buscar ahora un acuerdo bilateral con los europeos. La UE ha preferido negociar con bloques, pero para eso se necesitan interlocutores hablen con una sola voz: todo lo contrario a las disonancias que quedaron una vez más en evidencia en Lima.
De ahí que los llamados a la unidad formulados por Alan García en su discurso inaugural tengan un sentido también práctico, por lo menos desde el punto de vista de los europeos.
Deutsche Welle